Allí estabamos todos
La adaptación a una nueva cultura, a un nuevo país, siempre está repleta de sorpresas. Y no, a pesar de lo que se pueda pensar, no todo es tan malo como se piensa. No siempre es necesario perder algo, para darle su justo valor. Todos debemos estar agradecidos.
REFLEXIONES
10/1/20212 min leer


Oficialmente ya el Otoño había comenzado. Se esperaba que la temperatura comenzara a descender paulatinamente, aunque en realidad para mí (un latinoamericano, nacido a 1 hora del Mar Caribe) en este país hacía frío desde que llegué en pleno "Verano".
Al subir por las escaleras del metro, la brisa helada comenzaba a helarme las piernas (sí, yo andaba en bermudas, porque según el pronóstico del tiempo harían unos agradables 21°C). Sin embargo, existe una amplia discrepancia entre lo que dice la APP en el celular (temperatura "real" y "sensación térmica") y lo que YO sentía. ¡¡Cuanta disparidad Carajo!!
Una vez fuera de la estación, caminé por una calle ligeramente empinada. Arriba , a la distancia se veía una pequeña aglomeración de personas . Ese era mi destino: uno de los centros de ayuda para las personas que lo necesiten. Hoy tocaba recibir comida.
A medida que me acercaba, observaba con atención el pintoresco escenario: tantas personas distintas, con vestimentas particulares, idiomas que no lograba descifrar....debía de haber al menos una treintena de nacionalidades allí. Muchas madres jóvenes con 2 niños en un mismo coche y otro en el brazo. Personas de la tercera edad, algunos latinos, otros con rasgos del medio oriente, etc.
Yo venia de un estrepitoso fracaso en la isla de Sint Maarten. Un negocio de pastelería fallido. Un proyecto que no prosperó. Pero aquí poco importaba si yo era empresario, ingeniero, bilingüe o nada por el estilo. Aquí el hilo conductor que nos conectaba a todos era el mismo: salimos a buscar fuera de nuestras fronteras lo que no pudimos conseguir allá: paz, estabilidad, trabajo, posibilidades de desarrollarnos, un futuro mejor para nuestros hijos.
Algunos llegamos en avión, otros no habían sido tan afortunados y debieron lanzarse a cruzar el mediterráneo en busca de una oportunidad. Tal vez huyendo de conflictos étnicos o religiosos. Una vez dentro del territorio francés, todos fuimos desnudados. Atrás quedaron títulos, posesiones, estatus social, contactos y todo aquello cuanto nos legitimaba o nos hacía sentir importantes en nuestro país.
Aquí pasamos a ser un número, una estadística. Y no lo digo de manera alguna en tono peyorativo. Todo lo contrario. Aquí, lejos de ser simplemente un "caso más", las personas que solicitamos ayuda del Estado, somos tratadas increíblemente bien. Nos hacemos acreedores de beneficios que a veces nos eran difíciles o incluso imposibles de tener en nuestra tierra natal.
Mientras hacía la cola para recibir alimentos, no podía más que pensar, reflexionar y comparar realidades.... aquí llegué hace menos de 4 meses y el Estado me asiste mientras no tengo empleo: me proporcionan un carnet para movilizarme pagando un monto simbólico, dentro de la amplia red de transporte interurbano, me permiten aprender el idioma completamente gratis en sus bibliotecas públicas, tengo acceso al sistema de salud y mis hijos pueden asistir a una escuela municipal. Sin embargo en mi ciudad natal (Caracas), hay miles de personas que no tienen tal suerte. Y están en su propio país.
Es imposible no sentir gratitud hacia este país que me abrió sus puertas. Donde siendo nadie, puedo prácticamente acceder a todo.
Si disfrutaste de este artículo, te agradecería que se lo reenviaras a algún amigo a quien le pueda interesar. Muchas gracias.