Otra vez Déjà vu
Un Déjà vu es por definición: el fenómeno de tener la fuerte sensación de que un evento o experiencia que se vive en la actualidad se ha experimentado en el pasado
REFLEXIONES
1/8/20258 min leer


Cuando me tocó elegir un título para este artículo, me debatí entre el colocar el que finalmente usé (Déjà vu) o “10 años no son nada”. Sigan leyendo y entenderán por qué.
Del francés “Ya visto”, se utiliza coloquialmente para indicar cuando un lugar nos parece que ya lo hemos visitado, o una situación nos parece ya haberla vivido. Al respecto hay varias teorías: algunas dicen que nuestro, cerebro procesa la información tan rápido, que simplemente queda registrado el sitio donde estamos, de manera tan veloz, que nos da la impresión de que ya lo conocíamos. Otras posibilidades (un tanto más esotéricas si se quiere) hablan de que efectivamente ya habíamos estado (en alguna vida pasada) en ese lugar, o en esa situación, y por eso nos resulta tan familiar.
Yo prefiero inclinarme por la primera (la que involucra a un cerebro extremadamente rápido), que por la segunda porque…¡Que cagada ya haber vivido esto!
Y me refiero a la angustia, la expectativa (y por que no, la esperanza) de haber pasado ya por esto varias veces. Se trata como ya podrán imaginar, de los sucesos del venidero 10 de enero de 2025.
En una de tantas conversaciones con respecto al tema político, que se suceden en mi casa de manera regular (generalmente durante el desayuno), llegué a la triste conclusión de que llevo 25 años (prácticamente la mitad de mi vida, pues tengo 53 años) esperando a que pase algo y deje de “estar trancada la vaina”. El tema vino a colación tras una conversación a principios de año con un sobrino, quien es bastante más joven que yo, a quien le pregunté que como estaba el trabajo (el vive en Venezuela).
Su respuesta fue para mí un total Déjà vu, me dijo: “Esperando a ver que pasa el 10. Porque todo está trancado”. Y es que a lo largo de estos últimos 25 años, un país entero ha estado esperando a que se destranque el juego.
Uno de mis primeros encontronazos serios con la escritura, tuvo lugar en 2006 cuando abrí mi primer blog, llamado CARACAS CIUDAD INVIVIBLE. Fue un proyecto que disfruté mucho, porque me sirvió como catarsis, o método de desahogo ante una anarquía que cada vez se apoderaba mas y mas de mi ciudad natal. De ese blog, les quiero compartir un artículo que este año cumplirá en noviembre, 10 años de haber sido escrito. Pero que lamentablemente, pudiera perfectamente haber sido escrito HOY, en 2025 sin perder nada de vigencia.
“LA BOLSITA Y EL PEO”
Desde hace unos cuantos años, nos hemos convertido en lo que yo llamo la sociedad de la “bolsita”. Lo que antes era visto como una rareza, hoy es visto con total y absoluta normalidad: andar siempre con una “bolsita”. Creo jamás haber visto a mi papá llegar con una bolsita a la casa. Salvo cuando era fin de semana y venía del vivero, cargado de chucherías, víveres, etc.
Pero fuera de eso, no recuerdo a casi nadie con una bolsita de manera cotidiana. Hoy en día (y como dije antes, desde hace bastante tiempo ya) hemos regresado a la época de nuestros ancestros, recolectores. Por no decir, que hemos vuelto a la “pesca” y a la “caza”.
Al igual que en tiempos ancestrales, cuando no se había sistematizado la producción, distribución y almacenamiento de los alimentos, nuestros antepasados vivían el día a día: tomaban lo que conseguían por aquí y por allá, en las cantidades que les permitiera la circunstancia: en aquel entonces, quizás fuera el tamaño de la carreta o el saquito; hoy día, depende del presupuesto y del terminal de nuestra cédula.
Y pues de esta manera, las familias, o los asentamientos humanos, se iban apertrechando con comida para sobrevivir los próximos días. Y cuando se avecinaba el invierno (o aquí, las ELECCIONES) se intentaba acumular un poco más de víveres, dado que las condiciones seguramente serían un poco más rudas en el corto plazo.
Sin ir muy lejos, yo mismo, hace unos 5 años, hacía mercado 15 y último, quizás con la excepción de las cosas de uso más frecuente: el pan, el jamón, el queso, etc. Pero el mercado “grueso” como tal, se hacía cada 15 días, con total y absoluta normalidad. Hoy día, la dinámica es totalmente distinta: salimos a la calle, llenos de angustia, temor, a la “caza” de conseguir lo que sea. Si entramos a un automercado porque necesitamos pasta, y resulta que no hay, pero vemos que hay mantequilla, pues entonces llevamos mantequilla, porque NO SE SABE cuando la volvamos a conseguir.
Y de esta forma, una actividad que otrora era al menos medianamente PLANIFICADA, como la de hacer mercado, se ha convertido en algo absolutamente errático, caótico y dictado más por el azar y la oportunidad que por la planificación y la intención. Y es así, como una simple salida al gimnasio, puede transformarse en una compra de azúcar, “porque pasé por el abasto y vi que había”, entonces, regresamos del gimnasio con la famosa “bolsita”.
Así, queridos lectores, cada uno, sin distinción de estatus, clase social, religión, nacionalidad: vemos al ejecutivo, al albañil, a la ama de casa, al chichero, al dueño de la panadería, a todos por igual, con su “bolsita” en la mano al final del día. También creo que parte de esta situación es alimentada por el famoso “golpe”. Si, ese “golpe” ó “peo” o “sacudón” o “estallido social”, ese que estamos esperando aterrorizados a que suceda desde hace quien sabe ya cuántos años. Ese que “de este mes no pasa”, porque ya “la vaina está demasiado jodida”. Pues ese mismo.
Uno de los primeros recuerdos que tengo de esa situación, fue hace unos 6 años, cuando un conocido, de manera muy seria, solemne y firme, me dijo mientras me veía a los ojos: “Pana, vaya al mercado y compre todo lo que pueda, porque tengo contactos muy confiables dentro de Polar y me dicen que lo que queda en el país, es comida para máximo 3 semanas. El peo ya va a reventar”. En aquel momento, yo como buen incauto salí de allí, a gastarme lo poquito que me quedaba en la cuenta, en comida. Está de más decir que la comida no se acabó. Ni al mes, ni a los 3 meses, ni a los 3 años.
Dicha situación se ha venido repitiendo, con sus diferentes matices, a lo largo de todos estos años. Claro está, el “producto a desaparecer” en cuestión ha ido variando: a veces es la comida, otras veces la crema dental, otras veces el papel higiénico, otras veces los bombillos, en fin...Nos han llevado a convertir nuestras casas en una especie de mini abastos-ferreterías-farmacias. Unos mini Makros, o Walmart pues. Donde hay de todo un poquito: en el cuarto de servicio, tenemos la sección de aseo personal y alimentos no perecederos (enlatados). Detrás del área del comedor, podrán encontrar un pequeño surtido de bombillos, tornillos, pilas y linternas. En la parte superior de los gabinetes de la cocina, tenemos un amplio surtido de jabón de lavar, aceite (para el carro y comestible) y algunos modelos de afeitadoras y toallas sanitarias. Y por si acaso, eliminamos el box-spring del cuarto: el colchón está soportado por latas de leche en polvo.
Como siempre, expresaré mi humilde opinión: los estallidos sociales, los golpes, los atentados, no se anuncian con precisión cronológica. No crean en el famoso: “Me dijo una amiga que tiene un primo casado con la recepcionista del muchacho que le hace mantenimiento a las computadoras del SEBIN. Parece que la vaina explota este fin de semana. O el sábado entre 7 y 8 pm, o si no el domingo antes de almuerzo. ¡¡¡Mosca!!!”
O también los hay más certeros: “ME DIJO la hija del General Tal y Cual, que los tienen acuartelados desde hace 3 días. Parece que y que hay un grupo de militares ARRECHOS!!!!. No vayas a salir de tu casa porque la vaina está fea!”.
Primero que todo: a diferencia de una PELICULA, en donde existe un GUION y cada palabra y cada acción tiene un preciso instante, LA VIDA transcurre en pequeñas transiciones. No todo es blanco o negro. SI es cierto que hay muchísimo descontento y malestar para un sector de la población. No entraré en aguas de decir cuántos están felices y cuantos están descontentos con el estado actual de las cosas. Ni mucho menos es el objetivo de este artículo analizar el POR QUE las cosas están como están, y como podrían cambiar.
Lo que si les digo es que cuando REVIENTE EL PEO (si es que eso algún día sucede), no se anunciará ni en Twitter, ni en Facebook, ni en Instagram, ni lo avisará Mister Popó ni les llegará un e-mail para prevenirlos. Las cosas suceden y punto. Los fenómenos sociales siguen patrones hartamente estudiados, la historia generalmente se repite y aquí no hay NADA nuevo. La película es vieja, solo cambiaron el elenco. Hay una cita del escritor Estadounidense Henry David Thoureau que siempre me ha fascinado, y creo que, en los actuales momentos aplica a la perfección: “Las cosas no cambian; cambiamos nosotros”.
El día que este país comience a cambiar, no será ni por arte de magia, ni porque nos salvaron los Marines, ni porque se fue un presidente y llegó otro. El cambio deberá provenir de cada uno de nosotros, de manera sostenida y profunda, para que se puedan ver resultados. Resultados que no se verán en 6 meses, ni en 1 año, y quizás ni siquiera en 5 años.
Yo mientras tanto sigo aquí, con MI BOLSITA.
FIN DE LA CITA
Parece chiste, pero es verdad: 25 putos años esperando a que algo pase. Mi hija mayor no llega a 20 años, es decir que al igual que varias generaciones de venezolanos, jamás han conocido otra cosa que no sea la “esperanza” de que las cosas se arreglen y todo vuelva a ser como antes. Como aquella Venezuela que gracias a Dios, tuve la dicha de disfrutar durante la primera mitad de mi vida.
La realidad, es que aquella Venezuela que yo (y tantos de nosotros) conocimos ya dejó de existir y nunca más existirá, pase lo que pase el 10 de enero o cualquier otra fecha para los efectos.
Esa Venezuela se murió. Ya la lloramos y la enterramos. Quedó tatuada en nuestros corazones para siempre, para ser recordada en nostálgicas reuniones familiares, entre copas de año nuevo, entre conversaciones de café con nuevos los amigos de este lado del Atlántico, o cuando queremos recalcar algo a nuestros hijos. Pero no quiero decir con esto que una nueva Venezuela no pueda llegar a ser muy parecida, o incluso mejor a aquella en la cual yo crecí. Para nada quiero darle un toque lúgubre ni pesimista a esta nota. De hecho, estoy más que convencido de que, si algún día logramos despertar de esta pesadilla en la que estamos sumidos, el país se levantará de entre sus quejumbrosos restos, mejorado, fortalecido, y sobre todo mucho mas sabio y cauteloso. Con esa sabiduría que solo dan la edad y los carajazos.
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