Extrañar la Semana Santa venezolana desde una Francia laica
Desde Francia, la Semana Santa se vive sin los sabores, sonidos y rituales que marcaron mi infancia en Venezuela. Acompáñame en esta breve reflexión acerca de la Semana Santa venezolana.
REFLEXIONES
4/17/20253 min leer


Cuando uno emigra, no solo deja atrás a su familia, su casa o sus costumbres cotidianas. También deja, muchas veces sin saberlo, la forma en la que vivía y sentía ciertas fechas especiales. Una de esas fechas para mí, y para muchos venezolanos, es la Semana Santa. Desde que llegué a Francia, he descubierto una nueva manera de vivir estos días, distinta, más silenciosa, menos cargada de simbolismo y emoción. Hoy quiero contarte cómo es la Semana Santa en Venezuela y cómo la vivo ahora en Francia, desde la mirada de un inmigrante que camina entre dos mundos.
La Semana Santa en Venezuela: más que religión, una experiencia colectiva
Crecí en un país donde la Semana Santa lo impregnaba todo. Desde el lunes ya se respiraba un ambiente diferente: menos tráfico, menos ruido, más recogimiento. En los hogares, se hablaba de no comer carne, de ver películas bíblicas, de respetar el “descanso sagrado” de los días santos.
La televisión cambiaba su programación por completo. Era casi una tradición familiar ver “Jesús de Nazareth”, “Ben-Hur” o “Los Diez Mandamientos”. Las emisoras de radio transmitían música sacra o instrumentales suaves. Las calles de muchos pueblos se llenaban de procesiones, de velas, de fieles caminando descalzos, cumpliendo promesas. Y en medio de todo eso, la comida: el arroz con coco, el pescado salado, los buñuelos, el dulce de lechosa.
Pero la Semana Santa también era sinónimo de viaje. Incluso se iba organizando desde febrero, luego de las festividades del carnaval. Ya muchos hacíamos los preparativos, reservaciones y el presupuesto para la ocasión. Para muchos venezolanos, estos días eran la oportunidad perfecta para ir a la playa, al río o a visitar a la familia en el interior del país. Era una mezcla de espiritualidad y descanso, de fe y disfrute, de misa y sombrilla en la arena. Esa dualidad era parte de nuestra cultura.
Francia: una Semana Santa silenciosa y discreta
Al llegar a Francia, lo primero que noté fue el silencio. No hay procesiones en cada esquina, ni música religiosa en los medios. De hecho, para muchos franceses, la Semana Santa pasa casi desapercibida. Solo el Lunes de Pascua es feriado nacional, y fuera de las iglesias, no hay demasiados eventos que lo anuncien.
De hecho, para el momento en que lean este artículo, yo de seguro estaré trabajando (algo casi impensable en Venezuela, en donde se daba como feriado generalmente el jueves y el viernes santo). ¡Y ni hablar de cuando estuve en algunos cargos gerenciales, en donde nos daban la semana completa!
Aquí es una Semana Santa mucho más laica, más comercial, menos intensa en términos de tradición religiosa popular. Las misas se celebran, claro. Pero no hay ese ambiente de recogimiento colectivo que tanto marcaba nuestras calles en Venezuela. Aquí, quien vive la Semana Santa lo hace en privado, sin que todo el país se sintonice emocionalmente en la misma frecuencia.
El contraste emocional: lo que duele, lo que se aprende
Vivir la Semana Santa en Francia siendo venezolano es, en cierto modo, vivir una ausencia. No solo por las costumbres que ya no están, sino por el eco de los recuerdos que traen estas fechas. Es imposible no pensar en cuando acompañabas a tu abuela y a tu tía a las misas, tu abuela preparando el pescado, en los rezos a media tarde, en ese ambiente de solemnidad que acompañaba a las procesiones.
Aquí, esos elementos desaparecen. Lo espiritual se vuelve íntimo, personal, casi solitario.
Pero también hay cosas que se ganan. He aprendido a valorar el silencio. A disfrutar de la Pascua como una oportunidad de renovación interna. A comprender que no todas las culturas viven la fe de la misma manera, y que eso no las hace ni más ni menos profundas, solo distintas.
Incluso he llegado a pensar que la inmigración fortalece la fe, pues en las circunstancias actuales, depende más de uno mismo el recordar, vivir y sentir la semana mayor, cuando el entorno pareciera ignorarla casi por completo. He aprendido a no comparar desde la nostalgia, sino a sumar desde la experiencia.
Reflexión final: vivir entre dos mundos
La Semana Santa, como muchas otras tradiciones, es una especie de espejo que te recuerda de dónde vienes y te muestra quién eres hoy. Para quienes hemos emigrado, estas fechas son también una prueba emocional: aprendemos a construir nuevos rituales, a resignificar costumbres y a encontrar sentido incluso en la distancia.
Hoy extraño muchas cosas de la Semana Santa venezolana, pero también agradezco las que he descubierto aquí. Porque vivir entre dos mundos no es renunciar a uno, sino aprender a tejer puentes entre ambos.
Y tú, ¿cómo has vivido tu Semana Santa desde que llegaste a Francia? ¿Qué tradiciones has mantenido y cuáles has transformado?
Si encontraste interesante este artículo, por favor compártelo con alguien que al igual que tú, viva su Semana Santa de una manera distinta, a la cual se vivía en Venezuela. Gracias.