Las 7 cosas que más extrañamos los venezolanos cuando emigramos
Te verás reflejado en "Las 7 cosas que más extrañamos los venezolanos cuando emigramos (y nadie lo admite)". Cómo la nostalgia por la comida, el humor y el calor humano nos acompaña fuera de casa.
REFLEXIONES
4/6/20255 min leer


1. La comida (o ese sabor que te abraza el alma)
Vamos a comenzar por lo obvio, porque si hay algo que se mete en el ADN de todo venezolano es la comida. Pero no estamos hablando solo de hambre. No. Estamos hablando de esos sabores que saben a infancia, a domingo en familia, a fiesta con los panas, a casa.
¿Tú sabes lo que es caminar por una calle en Lyon, sentir el olor a pan tostado y que tu cerebro de inmediato piense en una arepa con mantequilla derritiéndose? Es casi una ilusión sensorial. Extrañamos la arepa, sí, pero también la cachapa con queso de mano, el pabellón con tajadas que se deshacen, la empanada de cazón con ají dulce, el chicharrón crujiente.
Y ni hablemos del papelón con limón. Porque uno aquí se bebe un jugo de supermercado y dice "bueno, no está mal", pero por dentro se acuerda de la abuela exprimiendo limones, echándole papelón rallado con una cuchara de madera.
La comida venezolana no es solo sabor: es conexión, es identidad, es un puente directo al corazón de quienes somos.
2. El humor (porque ser venezolano es también burlarse de todo)
Una cosa que pasa cuando emigras es que empiezas a medir tu risa. Literal. Porque haces un chiste y nadie se ríe. O peor: te miran raro.
El humor venezolano es muy nuestro. Es rápido, con doble sentido, con picardía. Y en Francia, por ejemplo, todo es tan literal, tan políticamente correcto, que uno se siente como enjaulado. Extrañamos poder decir "verga" con la libertad de saber que no estamos insultando a nadie. Extrañamos reírnos hasta de lo que duele, porque así sobrevivimos a todo.
En Venezuela, cualquier tragedia es excusa para una cadena de memes. Aquí, si te pasa algo, lo hablas con seriedad, con distancia. Pero nosotros extrañamos hacer chistes del apagón, de la cola en el banco, del calor infernal. Reírnos hasta de la escasez. Porque el humor no es solo parte de nuestra cultura: es nuestro escudo.
3. El clima (el calorcito que juramos odiar... hasta que se va)
Uno no valora lo que tiene hasta que está metido en un invierno europeo con el viento atravesándote los huesos. De verdad, ¿quién inventó el viento helado? ¿Y por qué no se prohíbe?
Extrañamos ese sol de las 4 de la tarde que en Venezuela te obliga a buscar sombra. Extrañamos andar en chancletas todo el año, el cielo azul sin una nube, la playa a dos horas (o menos), el sudor en la frente y hasta los zancudos. Sí, los zancudos. Porque al menos con ellos sabías que estabas en casa.
Aquí uno se aburre de tanto gris. Hay días enteros en que no ves el sol. Y eso te pega. Te cambia el ánimo. Te vuelve más lento, más apagado. Extrañamos el clima que te empujaba a salir, a sudar, a vivir afuera. Ese calor que no sabíamos que era tan nuestro hasta que se fue.
4. La familia (esa que hace bulla, se mete en todo y te hace falta)
No hay nada como la familia venezolana. Escandalosa, intensa, presente. Siempre hay una tía metiche, una abuela que te pregunta si comiste, un primo que te fastidia y una mamá que te manda audio de 8 minutos para saber si estás abrigado.
Cuando emigras, el silencio te pesa. Nadie te pregunta si comiste. Nadie te despierta un domingo con el olor de la sopa. Nadie te critica por engordar, pero también te sirve un segundo plato. Extrañamos la sobreprotección, la bulla, la costumbre de estar juntos aunque no haya nada que celebrar.
Y no es solo nostalgia. Es que aquí, en este nuevo país, todo se siente más frío, más distante. Hacemos amigos, sí. Creamos nuevas tribus. Pero esa sensación de estar rodeado de los tuyos, de que todos hablan el mismo idioma emocional... eso, hermano, no se sustituye.
5. La música (la que suena en el fondo, aunque no la escuches)
¿Has notado que en Venezuela siempre hay música? En la bodega, en el bus, en la casa de la vecina, en la playa, en la peluquería. Siempre. Salsa, reguetón, gaitas en noviembre, tambor en San Juan. Y uno no se da cuenta de lo importante que es, hasta que vive en un lugar donde reina el silencio.
Aquí hay música, claro. Pero no es la nuestra. No vibra igual. Extrañamos ese fondo musical que acompaña la vida, que marca el ritmo del día, que le pone cadencia al café de la tarde. Hasta los carros con cornetas que odiábamos en Caracas ahora nos parecen una postal nostálgica.
La música era parte del paisaje sonoro. Y cuando emigramos, ese paisaje cambia. Se vuelve plano. Por eso extrañamos el merengue mientras limpiamos, la gaita en la cena navideña, el reguetón viejito a todo volumen en la casa de un panita.
6. La forma de vivir (esa mezcla de caos y calidez)
La vida en Venezuela era un desastre organizado. Nada funcionaba como debía, pero todo funcionaba. Nos las arreglábamos. Improvisábamos. Nos adaptábamos. Y eso, aunque no lo admitamos, nos gustaba. Nos hacía sentir vivos.
Aquí todo es estructurado, planificado, puntual. Y sí, está bien. Pero también se siente frío. Falta la espontaneidad, el "vamos a hacer una parrilla hoy", el "pasé por aquí y me quedé", el "me fui de rumba sin planearlo". Extrañamos vivir sin tanta agenda.
Y ni hablar de la calidez humana. En Venezuela, un desconocido te cuenta su vida en la cola del banco. Aquí, eso se considera invasión de privacidad. Nosotros crecimos entre abrazos, entre gente cercana, entre afecto no filtrado. Y cuando eso desaparece, duele.
7. Nosotros mismos (la versión de nosotros que dejamos allá)
Esta última es dura. Pero real.
Cuando emigramos, dejamos atrás más que un país. Dejamos una versión de nosotros que a veces extrañamos. El que tenía más amigos, el que reía más, el que se sentía en su elemento. El que no tenía que traducirse. El que no se sentía extranjero.
Emigrar es una transformación constante. Aprendemos, crecemos, nos adaptamos. Pero también nos despedimos de esa versión nuestra que se sentía completamente en casa. Y por eso, en silencio, también la extrañamos.
Extrañar es parte del viaje
Extrañar no es debilidad. Es señal de que amamos. De que tuvimos algo que valía la pena. Y aunque a veces duela, también nos recuerda quiénes somos. Así que sí, seguimos adelante. Con nostalgia, con recuerdos, con nuevas experiencias. Pero siempre con un pedacito de Venezuela latiendo adentro.
Y tú, ¿qué es lo que más extrañas?
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