Lo que más extraño de los domingos en Venezuela desde que vivo en Francia
En “Lo que más extraño de los domingos en Venezuela desde que vivo en Francia”, reflexiono sobre identidad, tradiciones y cómo la distancia transforma los recuerdos.
REFLEXIONES
4/13/20253 min leer


Vivir en otro país es mucho más que cambiar de idioma o aprender nuevas costumbres. Es también una forma distinta de sentir el paso del tiempo. Y si hay un día en la semana que me sigue hablando en acento venezolano, ese día es el domingo.
Desde que llegué a Francia, he aprendido a apreciar otros ritmos, otras formas de vivir el descanso. Pero hay detalles de los domingos en Venezuela que no se reemplazan. No por nostalgia dolorosa, sino porque son parte de lo que soy. Son recuerdos que no se borran, se transforman.
El domingo como símbolo de identidad
En Venezuela, el domingo tenía su propio carácter. No era solo un cierre de semana, era una experiencia completa: más humana, más cercana, más sensorial. El olor de una comida casera, el sonido de las voces familiares, la sensación de que el tiempo se detenía por unas horas para recordarnos lo esencial: la familia, la conversación, el sabor de lo simple.
Aquí, en Francia, los domingos son más silenciosos, más íntimos. De hecho para mí (al igual que muchos quienes tenemos libres domingo y lunes) este día no representa el cierre de la semana. Es una especie de sábado “más calmado”.
Y aunque también los disfruto, hay una chispa distinta que echo de menos. Esa forma muy nuestra de hacer que un día cualquiera se sintiera especial.
El desayuno sin apuros y lleno de tradición
A lo largo de mi vida, la experiencia de los desayunos dominicales fue variando, siempre con características sumamente especiales y las cuales atesoro con amor. En mi infancia, los domingos empezaban bien temprano en la mañana con la visita de mis abuelos, quienes llegaban cargados de cachitos, croissants, pastas secas y la prensa. Mi mamá preparaba el infaltable café, y yo revoloteaba alrededor de la escena, hasta que finalmente, luego de varios cachitos, me iba a mi cuarto a jugar, porque “los grandes iban a hablar”. A media mañana, mis abuelos sin falta se iban a llevar flores al cementerio a sus seres queridos.
Años después, con mi propia familia, era en mi casa donde se hacía el desayuno (las infaltables arepas), y casi siempre teníamos la visita de algún amigo cercano o una tía, quienes venían a echar los últimos cuentos y a consentir a los niños de la casa.
Desde que estamos en Lyon, hemos procurado mantener esa tradición, como una especie de conexión con nuestra esencia. Quizás el recuerdo de tiempos mejores: seguimos desayunando arepas con perico en familia, con el infaltable café, uno que otro chisme divertido, y de fondo Youtube con George Harris, Daniel Lara o alguna música como Reynaldo Armas.
La música como telón de fondo
No importa en qué ciudad vivas, hay sonidos que no te abandonan. Para mí, los domingos en Venezuela siempre tenían un fondo musical: generalmente una estación de radio de esas que escuchábamos los “adultos contemporáneos”, que simplemente actuaba como eso, un leve fondo que no interfería con la conversación. Podía sonar un Yordano, un Franco de Vita, un Oscar d’ Leon, un Guaco, seguido de algún micro interesante de Valentina Quintero. Con los infaltables anuncios publicitarios: Banesco, Fama de América, Mavesa, Savoy, Polar, Mercantil, Graffiti, etc. Pero siempre de fondo, porque las verdaderas protagonistas de los domingos eran…
Las conversaciones que llenaban la casa
Una de las cosas más valiosas que extraño es el arte de la conversación dominical. Charlas largas, sin prisa, donde se tocaban todos los temas: política, recuerdos, sueños, planes, anécdotas familiares que te hacían llorar de la risa.
Aquí, esas conversaciones ocurren distinto. A veces por videollamada, con los familiares que quedaron allá, otras con nuevos amigos que se vuelven una suerte de familia adquirida. Pero los domingos venezolanos me enseñaron a valorar la palabra como un puente, y eso no se olvida.
Redescubrir el domingo desde otro lugar
No todo lo que se deja atrás es una pérdida. Algunos domingos aquí en Francia transcurren caminando por un parque, visitando un mercado local o simplemente haciendo lo que más me gusta: escribir con mi fiel taza de café y mis gatos acompañándome.
Y aunque la escena es distinta, mi forma de vivirla sigue llevando ese sello venezolano: el de encontrar belleza en lo cotidiano, el de compartir aunque sea a distancia, el de agradecer lo que se tiene sin olvidar de dónde vienes.
¿Y tú que ahora vives afuera, que es lo que más extrañas de los domingos en Venezuela? Déjamelo saber en los comentarios. Si te he hecho recordar tus domingos en Venezuela, comparte este artículo con esa persona especial que pasaba los domingos contigo.