Los cuervos (un cuento de terror)

Desde que comencé a escribir blogs (en el año 2006 ) había tenido la intención de incursionar en el genero del horror, ya que siempre me ha encantado. Este es mi primer (y único hasta la fecha) cuento de terror. Espero que les guste.

CUENTOS

10/28/20248 min leer

Lo primero que llamó la atención de Adrián fue el tamaño de las aves. Incluso él, quien venía del condado de Desoto (Dallas, USA) donde era común ver cuervos, se sintió sorprendido (por no decir intimidado) por las impresionantes dimensiones de estos cuervos que ahora veía en Francia, donde se había mudado recientemente.

Y no solo era por su tamaño: muy dentro de sí, Adrián (aunque no se atreviera a decírselo a nadie) estaba convencido de que había algo extraño con estos animales.

Todo comenzó una tarde, casi al anochecer, cuando regresaba del trabajo. Por esas cosas de la vida, venía (como el 99% de las personas) más pendiente de su teléfono que del camino, y como ya estaba bastante oscuro, tropezó con una raíz de un árbol y cayó. La caída, si bien no fue grave, fue lo suficientemente fuerte como para hacerle una cortada en la frente, la cual no tardó en comenzar a sangrar.

Como suele pasar con las heridas de la cabeza, sangran profusamente, aunque no sean graves. El decidió (entre el aturdimiento y la sorpresa) quedarse unos segundos en el piso. Y luego de pasarse la mano y notar que sangraba, decidió tomarse una selfie para ver que tan grave era.

Mientras estaba tumbado en el piso, buscando el mejor ángulo para su foto, notó que uno de los gigantescos cuervos se acercaba hacia él, con ese particular modo que tienen de desplazarse dando pequeños saltos, como si estuvieran brincando de alegría.

Siguiendo el instinto de cualquier persona con un celular en la mano, en vez de espantarlo, decidió tomarle una foto, justo antes de levantarse para seguir su camino.

Eventualmente llegó a la casa, donde su esposa, al verlo con la frente llena de sangre, procedió a limpiarle la herida y pedirle que se bañara mientras ella le preparaba la cena. Ente una cosa y otra, se olvidó de revisar su teléfono (tenía un fuerte dolor de cabeza) así que luego de cenar, se fue a dormir. A la mañana siguiente, se levantó un poco tarde, quizás producto del golpe, por lo que salió a la carrera de su casa.

Al llegar a la planta baja del edificio, se percató de que había un pequeño pero ruidoso grupo de vecinos, reunidos frente a la cartelera de edificio. Esa cartelera que por lo general era para colocar alguna notificación importante para los vecinos, o incluso para poner listas de inquilinos morosos con alguna cuenta, tenía una foto con una pequeña nota: “Siempre te recordaremos Ahmed” y una foto del vecino del piso 8, quien había fallecido el día anterior en su natal Algeria, donde se encontraba de viaje desde hacía mes y medio. Se sintió mal por la familia del vecino, pero estaba demasiado apurado como para detenerse a conversar con los vecinos acerca del triste acontecimiento.

Una vez llegó a la parada del bus, notó que aun estaba a tiempo de llegar en hora a su trabajo. A los pocos minutos llegó el bus, y se sentó tranquilo, confiado. En aproximadamente unos 45 minutos, estaría sentado en su escritorio, puntual como siempre y con una anécdota que contar a sus compañeros. Se tocó la herida y a pesar de tener un chichón, no le dolía mucho.

Decidió que usaría ese tiempo del trayecto para tomarse otras selfies de la herida, y subirlas a sus redes sociales. Una vez se tomó un par de fotos, se disponía a seleccionarlas de la galería, junto con las que se tomó justo al caer, para así compartir su historia.

Al examinar rápidamente la galería para escoger las fotos, vio algo que le heló la sangre: donde debía estar la foto del cuervo, esa que tomó desde el piso, estaba una foto del vecino fallecido. Como si estuviera parado junto a él, en el mismo sitio donde él había visto al ave, estaba parado el vecino, con una mirada totalmente inexpresiva. Ni triste, ni molesto, ni alegre…era una mirada tan fría y aterradora como el mismo hecho de que esa foto estuviera allí en su celular. Vestido de negro, con los mismos árboles alrededor, el mismo edificio de fondo. Pero no había cuervo alguno, solo estaba Ahmed.

De la impresión, se le cayó el teléfono y casi vomitó. Decidió no contárselo a nadie, pues estaba mas que convencido de que nadie le creería semejante historia. Es más, estaba seguro de que le recriminarían el hecho de hacer semejante broma de mal gusto, involucrando a un difunto.

Pasaron los días y Adrián intentó dejar atrás el incidente. Solo de vez en cuando, al buscar alguna imagen en la galería de su celular, y toparse con la macabra foto (foto que no se atrevía a borrar) un frío espasmo le atravesaba el estómago y lo transportaba automáticamente a ese episodio tan bizarro.

Pasaron unas cuantas semanas, y otro episodio horrido sacudió al edificio donde Adrián vivía: un pequeñito de apenas 2 años, se había caído del tobogán mas alto del parque infantil, quebrándose instantáneamente la nuca y muriendo en el acto. Sucedió en fracciones de segundo. La mamá lo había ayudado a subir y lanzarse por lo menos media docena de veces, y nunca pasó nada. Pero en ese preciso momento, según narran los testigos, un cuervo se dirigía directamente hacia el niño, graznando desaforadamente. El pequeño, entre su torpeza y su miedo, intentó evitarlo, cayendo hacia su inminente muerte.

Esa noche, Adrián no podía conciliar el sueño. Lo agobiaban muchos problemas de toda índole: económicos, maritales, profesionales. Decidió salir un rato al balcón, a tomar aire. Como vivía en un piso 5, tenía justo frente a su balcón un grande y frondoso árbol donde solían posarse los cuervos. El siempre los había visto pararse en las ramas del árbol, durante el día, pero cuando llegaba la noche, no los veía. Se preguntaba donde pasaban la noche esos benditos pájaros.

Sin tener una razón aparente, casi de la nada, decidió alumbrar al árbol con una linterna, pues la curiosidad lo carcomía. Como buen apasionado del excursionismo que era, se jactaba de tener una linterna poderosísima, con unos nada despreciables 3.500 lumens de potencia, los cuales, dada la cercanía de su balcón con el árbol, le permitiría explorarlo con total comodidad, a pesar de estar en la oscuridad total de las 3:30 am que eran.

Al principio hizo un par de barridos torpes, mientras iba afinando el pulso. Recorría rama por rama, sin ver nada más que hojas. Hasta que una extraña mancha blanca llamó su atención. Al principio no entendía bien que era la mancha blanca, hasta que luego de detallar bien, hizo un aterrador descubrimiento: la mancha blanca era un pañal desechable. Y no era solo un pañal, era el bebé fallecido, sentado en una rama, mirándolo con la misma fría e inexpresiva mirada que había captado antes en el difunto Ahmed. Su primera reacción fue tomar una foto con el teléfono, pues nadie se lo iba a creer.

Como pudo, sujetó con una mano la potente linterna, y con la otra apuntó el teléfono directamente a donde estaba el niño. Lo que pasó a continuación solo se puede describir como algo inexplicable: la imagen que mostraba la pantalla del celular, era la de un cuervo, sentado en el mismo sitio donde estaba el niño. Pero al mirar directamente, veía al niño. Decidió bajar y resolver esa situación de la mejor manera que se lo ocurrió: a las pedradas. Una vez abajo, frente al árbol, ubicó el preciso lugar donde estaba el niño (¿O el cuervo?) y lanzó con todas sus fuerzas una pedrada. Pedrada que atravesó por entre todas las ramas y fue a dar contra una ventana de la torre de enfrente.

El estruendo se hizo sentir como un trueno en la mitad de la noche. Inmediatamente se comenzaron a encender las luces y a asomarse los vecinos. Pero ya Adrián estaba en su casa, temblando debajo de las cobijas, sin poder entender qué diablos acababa de suceder.

Adrián nunca mas fue el mismo. De hecho, se sumió en el alcohol, por lo que su mujer terminó abandonándolo, y perdió también su trabajo. Era más lo que bebía que lo que comía, por lo que progresivamente se fue haciendo más y más delgado. Eventualmente logró conseguir un empleo como vigilante nocturno en una fábrica.

Era el trabajo perfecto, pues no debía interactuar con nadie, y transcurría durante la tranquilidad de la noche. Tenía la oportunidad de beber a hurtadillas para darse valor. Así, al salir tendría todo el día para dormir y evadir al mundo. Un mundo que desde hacía tiempo ya no comprendía.

Una noche como otras tantas, luego de sus interminables rondas nocturnas, venía de regreso a casa, en el autobús de las 5am. Un poco ebrio y taciturno como siempre, se debió bajar una parada más allá de la que le correspondía, pues se había quedado dormido en el bus.

Así que sin prisa alguna (pues vivía completamente solo, y tenía el día entero por delante para dormir), emprendió el camino hacia su casa. En medio de la oscuridad y una pequeña neblina que se apoderó de la zona, notó que delante de él caminaban un señor y su hijo tomados de la mano. El niño llevaba un pequeño caballo de juguete en la mano.

El niño dejó caer accidentalmente el caballito, por lo que Adrián se apresuró a recogerlo y a alcanzarlos. Mientras se acercaba, los iba llamando, haciendo ruido para captar su atención. Pero ellos parecían ignorarlo. Finalmente logró acercarse lo suficiente como para tocarle el hombro al señor y decirle:”A su hijo se le cayó esto”. Y en ese instante, viejo y niño voltearon al mismo tiempo a ver a Adrián. Eran Ahmed y el bebé del tobogán.

Adrián dejó salir el mas aterrador alarido que se puedan imaginar, a la vez que dio un salto hacia atrás, buscando alejarse de la macabra visión. Al hacerlo, perdió el equilibrio y cayó de espaldas golpeándose tan fuerte la cabeza, que quedó en un estado de semi inconsciencia.

Desde el piso, sin poder moverse ni reaccionar, veía como se acercaban hacia él Ahmed y el bebé. A medida que se iban acercando, se iban transfigurando hasta convertirse ambos en cuervos. Dando sus pequeños saltitos, se fueron acercando hacia Adrián, hasta estar lo suficientemente cerca como para atacarlo. Una vez empezaron a picarlo, se desmayó. Luego de lo que para Adrián pareció una eternidad, poco a poco fue recuperando la consciencia. Al abrir los ojos, lo primero que sintió fue un leve dolor como si tuviera miles de agujas clavadas en todo su cuerpo. Mas que dolor, era una picazón. Al tratar de levantarse, sintió con asombro que prácticamente dio un salto que lo elevó varios centímetros del suelo, pero curiosamente esto lo hizo sin mayor esfuerzo.

Su sorpresa rápidamente se tornaría en pavor, cuando al verse, entendió la razón de su picazón: estaba cubierto de plumas negras. Aun sin entender bien lo que pasaba, intentó con todas sus fuerzas lanzar el grito mas fuerte que pudieran imaginar, pero solo alcanzó a emitir un áspero y profundo graznido. Era ahora él también, un cuervo.