Por qué me siento orgulloso de ser venezolano: reflexiones sobre nuestra identidad

Descubre por qué ser venezolano es motivo de orgullo. Una reflexión sobre la calidez, hospitalidad y esencia única que llevamos los venezolanos por el mundo.

REFLEXIONES

6/15/20254 min leer

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Los venezolanos somos sin lugar a dudas una especie única. Y a quien lo dude lo invito a servirse un café, sentarse cómodamente y leer este artículo completo. Esta reflexión nace de una vivencia propia, la cual aconteció justamente el día de ayer. Pero estoy más que convencido que absolutamente todos mis paisanos regados por el mundo, podrán identificarse plenamente y de seguro han vivido una situación similar.

Actualmente yo tengo un trabajo que me da mucho rato de ocio (digamos que es una especie de tiempo parcial), por lo que cuento con las mañanas libres, además de tener fines de semana de 3 días en vez de 2. Esto es un sueño para cualquier creador de contenido, ya que puedo usar ese tiempo para escribir mis artículos, preparar mis publicaciones en las redes sociales (las cuales creo muy meticulosamente), así como también trabajar en mi canal de Youtube lo cual consume bastante tiempo (planificar, preparar los guiones, salir a grabar, editar, promocionar los videos, analizar las métricas, y otro montón de cosas.)

Ayer al salir de mi trabajo, fui con mi esposa y mi hija a realizar una entrega (ella es repostera profesional) a una fiesta de cumpleaños de un amigo de mi hija. (Si quieres ver parte del trabajo que realiza mi esposa, haz clic en el logo que se encuentra al inicio del artículo).

El tema es que yo tenía ya varias noches trasnochado por estar trabajando en un video del canal, y pues los sábados debo trabajar por la mañana, así que estaba realmente agotado. Quería que entregáramos esa torta y simplemente salir corriendo a mi casa a echarme en la cama, a recargar mis mermadas baterías.

Entonces sucedió algo mágico: primero la conmoción natural que generó el pastel por lo hermosos y llamativo que era: todo el mundo tenía que ver con él, le tomaban fotos, etc. Pero es que una vez que el pastel estuvo en la mesa, comenzamos a saludar a uno que otro conocido que teníamos allí.

Y sin darme cuenta, en menos de 5 minutos ya yo tenía una fría cerveza (lo cual agradecí enormemente por el horrendo calor que había) en mi mano, y estaba echando cuentos y riendo a carcajadas con un venezolano que conocimos hace un par de años, al hacer un curso obligatorio aquí para los inmigrantes llamado “Contrato de integración republicana”.

Mientras hablábamos, mi esposa también saludaba a personas que ella conocía y en pocos minutos estábamos completamente instalados, comiendo “sanduchitos” de esos que nos daban en las fiestas de niños en Venezuela (jamón, queso, salsa rosada, cuadraditos pequeños), escuchando a Los Fantasmas del Caribe, Roberto Antonio y Oscar d’ León.

Anécdotas iban y venían en español, con una que otra palabra coleada en francés porque se nos salía de forma natural. Risas, alegría, camaradería… Y a pesar de que nosotros conocíamos quizás a menos del 10% de las personas que allí estaban, cualquiera te ofrecía un pasapalo, te traía otra cerveza fría y se llevaba tu botella vacía.

Después de una rato así, llegó el momento de la comida: tenían una mesa dispuesta con varios contenedores plásticos grandísimos repletos de deliciosos platillos: pollo a la barbecue, cochino frito, albóndigas, varios tipos de arroces, plátano sancochado, etc. Y una torre de platos y cubiertos plásticos dispuesta cuidadosamente para que a medida que avanzaba la fila (¡Claro que se formó una fila!), cada quien tomara el suyo y avanzara, para ser amable y generosamente servidos por la anfitriona que era la mamá del cumpleañero.

Y fue allí sentado en un banquito, mientras me comía mis deliciosas costillas de cerdo con arroz de fideos, y mis tajadas de plátano, que empecé a reflexionar: ¡Esto somos los venezolanos!

No hace falta conocerte mucho ni ser tu mejor amigo para atenderte ni hacerte sentir cómodo, agradado, bienvenido. La consigna era clara: nadie se va de aquí sin comer, y nadie sale sin su respectivo pedazo de torta. Tal y como siempre fue en Venezuela.

Eso es lo que llevamos los venezolanos por dentro, nuestra esencia, nuestro ADN como dirían hoy. El ser cálidos, serviciales, atentos y ese afán de hacer que todos y cada uno de quienes asistan a nuestras reuniones, sean amigos, familia o completos desconocidos, pasen el mejor rato posible.

Por un momento imaginé esa misma situación replicándose a lo largo y ancho del globo terráqueo: España, Chile, Estados Unidos, Perú, Finlandia, Colombia, Alemania, Argentina, Noruega, Brasil, Canadá, Uruguay, las islas Canarias, Portugal y pare usted de contar.

Es precisamente esa la razón de que seamos vistos de forma tan especial a nivel mundial (en la gran mayoría de los casos, sumamente queridos y apreciados).

Por todo esto hoy amanecí ansioso de poder compartir estas líneas con todos mis seguidores, esperando que hayan sido de su agrado y al menos uno que otro de ustedes se haya visto reflejado en mi relato. Si fue así, reenvíalo a ese amigo venezolano que anda por allí preocupado porque “a los venezolanos nos ven mal”. Y déjame saber tus comentarios.

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