¿Qué tan cierta es la amenaza de una guerra en Europa que involucre a Francia?

¿Qué tan cierta es la amenaza de una guerra en Europa que involucre a Francia? En este artículo analizamos esta posibilidad desde la perspectiva de los venezolanos en Francia, abordando el impacto emocional y la preparación ante la incertidumbre.

ANALISIS

4/7/202513 min leer

Un venezolano en Francia tratando de entender un mundo que parece encaminarse hacia el conflicto... otra vez.

Introducción: Cuando el miedo ya no está tan lejos

No crecimos en guerra. Nuestros padres tampoco (a menos que sean europeos). En Venezuela podías tener apagones, escasez de harina PAN o miedo a salir de noche… pero guerra con otro país, eso no.

Y sin embargo, hoy vivimos en Francia. Un país europeo. Un país con historia militar, con pasado imperial, con armas nucleares y con soldados en misiones internacionales. Un país que pertenece a la OTAN, que habla fuerte en la ONU, y que no se esconde cuando hay que “poner orden” en algún rincón del planeta.

Así que cuando escuchamos que Rusia amenaza, que Ucrania se defiende, que la OTAN responde, que Macron habla de enviar tropas y que Putin saca el pecho y amenaza a Europa, se nos eriza la piel. Porque no sabemos lo que es la guerra... pero empezamos a sentir que quizá, solo quizá, eso que siempre vimos desde lejos, ya no esté tan lejos.

Y esa pregunta incómoda empieza a rondarnos:
¿De verdad hay peligro de una guerra en Europa que involucre a Francia? ¿O es solo otra exageración mediática más? Vamos a desmenuzarlo. Sin alarmismos, pero sin ingenuidad.

1. El miedo está en el aire, pero no en las calles

Desde hace un tiempo, los medios de comunicación han bombardeado nuestras pantallas con titulares alarmantes sobre una posible escalada del conflicto en Europa. Las tensiones entre Rusia y Ucrania, los movimientos militares en las fronteras de la OTAN, y las declaraciones de altos funcionarios nos hacen preguntarnos: ¿y si la guerra tocara a Francia? Para los venezolanos que vivimos aquí, esta es una idea difícil de procesar. Venimos de un país con sus propios conflictos, sí, pero nunca hemos experimentado una guerra internacional en suelo propio.

Y lo curioso es que, mientras los noticieros internacionales suenan como tambores de guerra, al salir a la calle en Lyon, París o Marsella, lo que se respira es rutina: gente tomando café, niños yendo a la escuela, abuelitas paseando sus perritos. La vida sigue su curso. Esta desconexión entre lo que vemos en los medios y lo que vivimos en carne propia crea una especie de cortocircuito emocional. ¿Será que estamos siendo ingenuos? ¿O será que el miedo se ha convertido en un producto más que se vende bien?

Para muchos venezolanos, que crecimos con una normalización del caos político, el ver estas tensiones desde la comodidad de un país del primer mundo genera un extraño déjà vu. Nos preguntamos si estamos en los primeros capítulos de una historia que ya conocemos demasiado bien. Solo que esta vez, los protagonistas hablan francés y la amenaza viene del este.

También hay un dilema personal: ¿qué significa vivir en "modo guerra" cuando estás reconstruyendo tu vida? ¿Cómo prepararte para lo impensable sin caer en la paranoia? Para quienes dejamos atrás crisis económicas, apagones y represión, la idea de otra crisis –esta vez bélica– suena a una broma macabra del destino.

Además, este ambiente de incertidumbre nos recuerda cuán frágil puede ser la sensación de seguridad. A veces, la paz no es más que una ilusión sostenida por acuerdos internacionales que podrían romperse con una sola declaración desafortunada. Y en ese contexto, entender la diferencia entre el miedo razonable y el alarmismo innecesario es un reto constante.

Y no olvidemos que, como inmigrantes, muchas veces dependemos de una estabilidad que no controlamos. Nuestro estatus, nuestro empleo, incluso nuestra presencia aquí, pueden verse alterados por decisiones tomadas a miles de kilómetros. Entonces sí, el miedo está en el aire, aunque las calles sigan pareciendo tranquilas.

2. Francia no es Ucrania (pero tampoco es Suiza)

Una de las frases más comunes que escuchamos entre amigos franceses cuando surge el tema de la guerra es: “No te preocupes, esto no va a llegar aquí. Francia es Francia”. Y sí, es cierto. Francia es una potencia nuclear, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, y parte central de la OTAN. Tiene poder, influencia y una posición geográfica privilegiada en Europa occidental. Pero eso no la convierte en un país intocable.

La guerra moderna no se libra solo con tanques. Hoy, un ciberataque puede paralizar un hospital, una fábrica o una ciudad entera. Francia ha estado en la mira de hackers rusos, y aunque no se ha declarado ningún conflicto abierto, ya existen tensiones soterradas. ¿Estamos listos para una guerra de apagones, sabotajes informáticos y propaganda digital? Porque esa guerra, aunque silenciosa, ya comenzó.

Muchos venezolanos que vivimos aquí confiamos en la estabilidad del país que nos acogió. Pero también sabemos que los equilibrios pueden romperse de un día para otro. Lo vivimos en Venezuela: un país que fue modelo de estabilidad democrática en Latinoamérica y que, en menos de dos décadas, se volvió irreconocible. Así que sí, Francia no es Ucrania. Pero eso no significa que esté blindada ante los efectos colaterales de una guerra europea.

Y por si fuera poco, Francia está involucrada en múltiples frentes diplomáticos, militares y económicos. Está presente en África, en Medio Oriente, y en los grandes debates geopolíticos del planeta. Eso la convierte, queramos o no, en un objetivo simbólico. Y en tiempos de guerra, los símbolos importan tanto como las armas.

La idea de que Francia es “intocable” puede ser reconfortante, pero también peligrosa si nos hace bajar la guardia. La historia ha demostrado que incluso los imperios más poderosos pueden tambalear cuando se enfrentan a conflictos inesperados. No se trata de vivir con paranoia, sino de comprender que ningún país está totalmente a salvo.

Además, la neutralidad suiza no es un modelo replicable para Francia. Por su rol en la Unión Europea, en la OTAN, y por su influencia global, Francia no puede simplemente apartarse y mirar desde la barrera. Su compromiso con la seguridad colectiva implica riesgos, y esos riesgos podrían tener un costo más alto del que imaginamos.

3. Los fantasmas del pasado: dos guerras mundiales en el recuerdo

En Francia, la memoria histórica tiene un peso enorme. Cada pueblo, por más pequeño que sea, tiene un monumento a los caídos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En el colegio, los niños aprenden sobre las trincheras, el nazismo, la ocupación alemana. Y cada 11 de noviembre, el país se detiene para conmemorar el armisticio de 1918. La guerra no es un capítulo lejano en los libros de historia. Es una herida aún abierta.

Para nosotros, los venezolanos, la palabra "guerra" tiene una resonancia diferente. Habla más de luchas internas, de protestas, de represión, de escasez. Pero no de invasiones extranjeras, bombardeos o evacuaciones masivas. Francia, en cambio, ha sido testigo directo de esos horrores. Y aunque han pasado más de 70 años desde la última gran guerra en suelo europeo, el recuerdo sigue fresco.

Esa memoria colectiva moldea la forma en que los franceses perciben los riesgos actuales. Mientras que para nosotros todo esto suena a ciencia ficción, para muchos de ellos no es descabellado imaginar que algo similar pueda repetirse. No olvidemos que, hasta hace muy poco, la Unión Europea era un sueño precisamente construido para evitar otra guerra. Pero los sueños también se fracturan.

Por eso, cuando en la televisión aparece un experto hablando de estrategias militares o de posibles alianzas defensivas, muchos franceses prestan atención de verdad. No es paranoia, es experiencia. Y tal vez deberíamos hacer lo mismo, no para vivir con miedo, sino para no ser sorprendidos por la historia.

Las heridas de guerra, aunque invisibles, se heredan. Se cuentan en sobremesas, se pasean por los museos y se escriben en placas conmemorativas. Para un venezolano, este contacto constante con el pasado bélico europeo puede ser impactante. Es como vivir en una casa donde el eco de los cañones todavía resuena.

Además, es imposible ignorar cómo ese pasado influye en la política actual. Líderes que evocan la historia para justificar decisiones, ciudadanos que votan con miedo al conflicto, y una Europa que, por más moderna que parezca, no ha dejado de mirar por el retrovisor.

Y quizás uno de los aprendizajes más valiosos de los franceses es su capacidad para no olvidar. Tal vez ahí esté la clave de su resistencia. No se trata de revivir el pasado, sino de usarlo como advertencia constante, como brújula moral en tiempos de incertidumbre.

4. Macron entre la espada y la OTAN

El presidente Emmanuel Macron ha jugado una carta complicada en medio de todo este panorama. Por un lado, quiere posicionarse como mediador en el conflicto entre Rusia y Ucrania, mostrando una postura diplomática. Pero por otro lado, también debe responder al compromiso con la OTAN y sus aliados. Esta posición ambigua genera tensión tanto a nivel internacional como dentro del propio país.

Para los venezolanos que vivimos aquí, ver a Macron hablar de “no descartar el envío de tropas” o “estar preparados para lo peor” puede generar más preguntas que respuestas. ¿Qué tan real es esa posibilidad? ¿Estamos hablando de participación directa en un conflicto armado? ¿Qué significaría eso para nosotros, como inmigrantes?

Además, en un país donde las huelgas y manifestaciones son parte del día a día, el liderazgo de Macron ya estaba desgastado antes del conflicto. Ahora, con esta nueva amenaza, el presidente camina por una cuerda floja. Si actúa con demasiada dureza, puede encender aún más las protestas. Si es demasiado blando, puede perder credibilidad ante sus aliados.

Y mientras tanto, nosotros, los que venimos de una tierra donde los presidentes se eternizan en el poder o desaparecen de la escena pública, observamos con asombro cómo se juega el ajedrez del poder en Europa. Nos preguntamos si realmente hay espacio para la voz del ciudadano común o si todo se decide entre bastidores, lejos de nuestras preocupaciones cotidianas.

El equilibrio que Macron intenta mantener no solo es geopolítico, sino también social. Francia es un país de muchas capas, culturas y comunidades. Cada decisión internacional tiene repercusiones locales. Y si la tensión bélica escala, no solo se movilizarán tropas, sino también opiniones, miedos y quizás divisiones internas.

Al final del día, el presidente debe tomar decisiones difíciles sabiendo que cada movimiento puede tener un efecto dominó. Y nosotros, desde nuestras vidas reconstruidas en este país, seremos testigos –y quizá también protagonistas– de las consecuencias.

Además, el discurso de Macron también influye en la percepción que tienen otros países sobre Francia. No solo se trata de lo que dice, sino de cómo lo dice y cuándo lo dice. Y en diplomacia, las palabras son armas que también pueden detonar conflictos o evitar tragedias.

5. La OTAN: ¿protección o provocación?

La OTAN, para muchos europeos del este, representa seguridad. Pero para Rusia, es una amenaza. Esta diferencia de percepción es una de las causas fundamentales del conflicto actual. Francia, como uno de los pilares de la OTAN, tiene un papel clave en cualquier respuesta militar conjunta. Pero eso también la convierte en blanco potencial de ataques o represalias.

Desde nuestro rincón de inmigrantes en Francia, la OTAN suena a una organización lejana, burocrática, de generales en trajes con muchas medallas. Pero su influencia en nuestras vidas puede ser directa. Un cambio en la estrategia de defensa, un despliegue de tropas, o una operación internacional pueden tener consecuencias inmediatas en la economía, la seguridad y la estabilidad del país.

Muchos de nosotros venimos de países donde las alianzas militares eran con potencias lejanas y donde la política internacional era un espectáculo secundario. Aquí, en cambio, descubrimos que lo que se decide en Bruselas, Washington o Moscú puede tener impacto en nuestro alquiler, en el precio del pan o en la disponibilidad de gasolina.

Además, existe una narrativa cada vez más fuerte que cuestiona si la OTAN está defendiendo la paz o empujando a una guerra inevitable. ¿Es Francia un defensor de la libertad o un actor que podría estar echando leña al fuego? Esa es una pregunta incómoda, pero necesaria.

Y aunque la OTAN se presenta como una alianza defensiva, muchas veces su presencia en ciertas regiones genera tensiones en lugar de calmar los ánimos. Como venezolanos, sabemos lo que es vivir bajo discursos de amenaza externa. La diferencia es que aquí, la amenaza es real, y está a pocas fronteras de distancia.

También es importante preguntarse cuál es el límite de esa protección. ¿Hasta qué punto Francia está dispuesta a comprometer su estabilidad interna por cumplir con pactos internacionales? Y nosotros, los inmigrantes, ¿estamos preparados para ese sacrificio colectivo en nombre de una guerra que ni siquiera entendemos del todo?

La OTAN, en su esencia, es una red de compromisos. Pero esos compromisos no siempre se traducen en beneficios directos para la población civil. La tensión constante entre actuar y contenerse puede convertir al organismo en un actor imprevisible. Y la imprevisibilidad, en tiempos de conflicto, es peligrosa.

6. Entonces, ¿debemos preocuparnos o no?

La verdad es que no hay una respuesta definitiva. Vivimos en un mundo donde las certezas duran lo que tarda en actualizarse una notificación en el teléfono. Pero tampoco se trata de vivir con miedo permanente. Tal vez la clave esté en informarse sin saturarse, prepararse sin obsesionarse y seguir adelante sin dejar de observar el horizonte.

Como venezolanos en Francia, ya hemos demostrado una capacidad de adaptación impresionante. Aprendimos otro idioma, encontramos trabajos, hicimos amigos, reconstruimos hogares. Si algo sabemos hacer, es resistir. Pero también merecemos vivir sin la sombra constante de una amenaza que, aunque posible, aún es incierta.

No se trata de comprar provisiones como si viniera el apocalipsis ni de empezar a cavar refugios en el jardín. Pero sí podemos tener un plan, hablar con nuestras familias, saber a dónde acudir en caso de emergencia. Estar preparados no es ser paranoicos. Es simplemente cuidar lo que tanto nos ha costado construir.

Porque, al final del día, vivir en paz no es ignorar los riesgos. Es aprender a mirarlos de frente sin dejar que nos paralicen. Y si algo nos ha enseñado la experiencia, es que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una taza de café, una carcajada compartida o un atardecer en el Ródano que nos recuerda por qué vale la pena seguir.

7. Los medios de comunicación: ¿alerta o alarma?

Los titulares son cada vez más sensacionalistas. Basta con abrir Twitter o prender la televisión para leer frases como “Europa al borde del abismo” o “Francia se prepara para lo peor”. ¿Pero hasta qué punto esta narrativa refleja la realidad? ¿Y cuánto es simplemente parte del show mediático que alimenta el miedo?

Como venezolanos, ya conocemos el poder de la propaganda, tanto la estatal como la opositora. Sabemos cómo una noticia puede distorsionarse, cómo se puede construir una percepción que no necesariamente refleja lo que ocurre en la calle. Por eso, miramos las noticias con un ojo crítico. Y eso no significa que todo sea mentira, pero sí que todo merece ser cuestionado.

En Francia, hay una enorme variedad de medios: algunos serios, otros abiertamente amarillistas, y otros que rozan la conspiranoia. El problema es que, en tiempos de incertidumbre, la gente tiende a buscar certezas absolutas, y eso es justo lo que los medios muchas veces prometen (sin poder cumplirlo).

Además, las redes sociales amplifican el pánico. Un comentario sin fundamento puede volverse viral en minutos, y de pronto toda una comunidad entra en pánico por algo que ni siquiera ha sido confirmado. Eso también nos pone en alerta. Porque una sociedad mal informada es una sociedad vulnerable.

Lo importante es filtrar, contrastar, y no dejarse llevar por el titular más ruidoso. La información es poder, sí, pero solo si se maneja con cabeza fría. En tiempos como estos, necesitamos más que nunca sentido común y pensamiento crítico.

8. ¿Y si todo esto es solo una gran advertencia?

A veces, uno se pregunta si la amenaza de guerra no es más que una advertencia disfrazada de posibilidad. Una forma de recordarnos que la paz no está garantizada, que las democracias pueden tambalear y que la historia tiene una manía extraña de repetirse cuando menos lo esperamos.

Quizás esta tensión internacional nos obliga a mirar de frente ciertas verdades incómodas: que dependemos demasiado de gobiernos que no controlamos, que la estabilidad puede ser una ilusión, y que la distancia entre la vida que llevamos y el caos es más corta de lo que quisiéramos admitir.

Pero también puede ser un llamado de atención para valorar lo que tenemos. Para cuidar nuestros vínculos, construir comunidad, y dejar de dar por sentado la tranquilidad que hoy disfrutamos. Porque sí, hay amenazas reales allá afuera. Pero también hay un montón de oportunidades reales aquí dentro: en nuestros hogares, en nuestros proyectos, en nuestros sueños.

Tal vez no podamos evitar lo que viene. Tal vez sí. Pero lo que sí podemos hacer es vivir con más conciencia, con más intención, y con más gratitud. Porque si algo hemos aprendido los que emigramos es que el presente, por frágil que sea, sigue siendo el único lugar donde podemos realmente estar.

9. ¿Y nosotros qué? El dilema del inmigrante en tiempos inciertos

Quizás la pregunta más incómoda para quienes venimos de otros países es: ¿qué hacemos nosotros si Francia entra en guerra? Porque no somos turistas, pero tampoco nacimos aquí. Vivimos, trabajamos, pagamos impuestos, pero no tenemos derecho al voto ni a decidir sobre las políticas exteriores del país. Estamos en medio del huracán sin poder girar el timón.

Algunos pensarán en regresar a su país de origen, otros en buscar una nueva tierra prometida. Pero la realidad es que la mayoría hemos invertido mucho en construir una vida aquí. Y no es tan fácil simplemente empacar e irse. Además, ¿adónde ir cuando el conflicto amenaza con cruzar fronteras que creíamos seguras?

En momentos así, los venezolanos nos hacemos expertos en planificar planes B, C y D. Guardar documentos, tener ahorros en efectivo, actualizar pasaportes, y hablar con la familia sobre escenarios hipotéticos. Parece exagerado, pero no lo es. La experiencia nos ha enseñado que todo puede cambiar de un día para otro.

También está la cuestión emocional. Francia se ha convertido en hogar para muchos de nosotros. Verla amenazada genera angustia, pero también una extraña forma de patriotismo adoptado. Queremos que este país siga siendo un lugar de paz, donde nuestros hijos puedan crecer sin miedo.

Y aunque no tengamos control sobre las decisiones geopolíticas, sí podemos elegir cómo reaccionar. Informarnos, prepararnos, ayudar a nuestra comunidad, y, sobre todo, no dejarnos dominar por el miedo. Porque si algo sabemos los inmigrantes, es cómo resistir, adaptarnos y seguir adelante, incluso en los escenarios más adversos.

“Ser inmigrante ya no es solo adaptarse al idioma o a las costumbres… también es entender que la historia nos alcanza.”

Epílogo: ¿Y si lo único que nos queda es hablar de esto?

Tal vez el simple hecho de escribir este artículo, de leerlo, de compartirlo, sea ya una forma de resistencia. Porque cuando hablamos, entendemos. Y cuando entendemos, no somos rehenes del miedo. Si llegaste hasta aquí, gracias. Gracias por pensar, por sentir, por no ignorar lo que pasa más allá de tu burbuja.

Y si crees que este artículo puede ayudar a alguien más, compártelo. Porque quizás no tengamos respuestas… Pero al menos, ya no estamos solamente haciéndonos las preguntas.