Reflexiones de un cocinero
Son muchas las cosas que pasan por la mente de un cocinero, cuando finalmente sale de trabajar pasada la medianoche y tiene 2 preciosos días libres por delante. Estas son mis reflexiones.
REFLEXIONES
9/20/20244 min leer


12:17 am. Sábado (Último día de trabajo de la semana)
Mientras inicio un trayecto de unos 60 minutos hasta mi casa (el cual comprende tram, metro y finalmente autobús), voy haciendo reflexiones a lo largo del camino.
A esta hora la fauna nocturna es diversa: pequeños grupos de jóvenes (de no más de 20 años) van caminando, alborotados, exaltados por el licor y la marihuana. Gritan, se ríen, comparten una botella de alguna bebida, seguramente espirituosa.
¡Dios, como desearía una cerveza en este preciso instante! Como en los viejos tiempos, cuando terminaba el servicio y me iba con mis compañeros a intoxicar mis neuronas con alcohol. A veces hasta que amanecía...
Pero ahora todo es distinto. Me explico: no es que ya no me guste tomar algunas frías al terminar la jornada. Me encanta. Y cuando puedo lo hago. Solo que ahora, viviendo tan lejos del restaurante y dependiendo del transporte público, el tiempo es corto y cada minuto cuenta.
12:35 am. Entrando al metro
Recorreré la línea A completa: 11 estaciones. Frente a mí, una pareja se besa frenéticamente. Super jóvenes. Quizás sumando las edades de ambos, aun les falten mas de 10 años para alcanzar mis casi 52 años. Ríen, se dicen cosas al oído. Hay complicidad, hay deseo, y hay apuro por llegar a donde sea que vayan.
Al fondo, un borracho cuya alma básicamente abandonó su cuerpo apenas tocó el asiento. Farfulla una que otra palabra de vez en cuando, con los ojos entreabiertos. Como queriendo ver mejor a algún ser imaginario con quien pareciera conversar. Probablemente se recuerde a sí mismo en voz alta, cuantas estaciones le faltan, en busca de un atisbo de consciencia.
La curvatura de su espalda me produce dolor de tan solo verle. No va sentado: se ha desparramado sobre el asiento. Como la cera de una vela que ardió toda la noche.
Mis pies laten. La adrenalina del servicio, aunado a la emoción de saber que comienzan mis 2 días de descanso, me permitieron sobrellevar todas las pequeñas molestias que se iban acumulando durante la noche: un dolor en el codo, producto de alzar repetidamente pesados sartenes, las siempre presentes pequeñas cortadas, que no se sabe de donde salieron, pero que están allí cada vez que mis manos entran al bolsillo de la chaqueta para sacar el celular.
Las pequeñas gotitas de aceite caliente que alcanzaron mi muñeca, las cuales ignoré en su momento porque "Esta milanesa debe salir ya", ahora se toman el tiempo de recordarme que allí están.
Y sobre todo el dolor en los dedos de los pies. Luego de horas apiñados dentro de los zapatos de seguridad (forrados internamente en acero), como si de sardinas en lata se trataran; prácticamente no hay espacio entre ellos, y el roce se hace insoportable, a veces al punto de sangrar. Es un bajo precio a pagar, si tomamos en cuenta que esa “lata de sardinas” podría perfectamente resistir el impacto de una olla de 10 kilos, o de un cuchillo que cae.
12:52 am. Saliendo del metro
El frío de la madrugada invernal, me recibe apenas cruzo los torniquetes para salir del metro, y caminar los 100 metros que me separan de la parada del bus. Solo vamos unos pocos, buscando desesperadamente la pantalla que indica el tiempo para que llegue el próximo bus… 7 minutos. Decido no sentarme (a pesar del cansancio en los pies), pues el asiento es metálico y sentarme allí, aumentaría el ya inclemente frio que siento. Me instalo en una esquina de la pequeña caseta que es la parada. Allí no pega la brisa.
Finalmente llega y está prácticamente vacío, así que puedo elegir el asiento que desee. Obviamente, escojo uno de los que van pegados a la ventana, porque se que tienen una mini calefacción por debajo, y así me voy aclimatando en esta última fase del trayecto.
El chofer vuela, atravesando las calles completamente vacías, invadidas por una neblina espesa. Supongo que él también quiere llegar, también está cansado.
Me reconforta un poco saber que después de mí, hay otros aun con algunas horas de trabajo por delante. No soy el único.
En pocos minutos, mis adoloridos pies tocaran (descalzos) el suave piso de mi casa. Pero en contra de toda lógica, no caeré desplomado por el cansancio al llegar.
Como una vez me contó un buen amigo, fundador de la banda de salsa BIORRITMO, en Richmond, Virginia: "A veces llegaba a casa, luego de un toque, a las 3am, y no podía dormir. Llegaba demasiado pompeado".
Me sucede lo mismo: la tensión acumulada, amén de insanas dosis de cafeína a lo largo de todo el día, me impiden simplemente llegar y acostarme a dormir.
A MENOS, que finalmente me tome la tan ansiada cerveza....
Mañana me levantaré pasado el mediodía y luego de auto repararme, como si de un androide se tratara, con generosas dosis de vitaminas, antiinflamatorios, pastillas para ayudar a conciliar el sueño y una que otra película en Netflix, estaré listo para reanudar el ciclo, 48 horas después.
Si disfrutaste de este artículo, te agradecería que se lo reenviaras a algún amigo a quien le pueda interesar. Muchas gracias.