REFLEXIONES DE UN VIEJO ROCKERO
Un viejo rockero redescubre su pasión en un concierto de metal core en Lyon. Reflexiones sobre la música, la camaradería y la necesidad de vivir nuestras pasiones sin reservas. Historia personal de reencuentro con el rock.
REFLEXIONES
11/11/20256 min leer
Ya eran varias semanas durante las cuales mi compañero de trabajo, un ucraniano que llegó a Lyon huyendo de la guerra, y con el cual comparto largas y amenas jornadas de trabajo, como técnico de reparación de bicicletas (un oficio que recién comencé a aprender, como parte de mi reinserción al mercado laboral francés), me hacía la misma pregunta: ¿Por fin me vas a acompañar al concierto? A lo cual yo una vez más, entre dudoso y cauteloso, le respondía: “¿Cuándo es que es? Mañana te doy respuesta”. Solo que esta vez el me dijo: “Ya me has dicho eso varias veces, y se acerca la fecha. Necesito saber porque si no puedes ir, le doy tu entrada a otra persona.”
Luego de revisar bien la fecha, mis obligaciones y por supuesto el visto bueno de mi esposa (porque ¿Para que negarlo? Eso es necesario) le dije que sí iría con él.
Mi amigo (quien para los efectos de esta historia llamaré Damon), tiene 34 años, es decir, 20 menos que yo. Cosa que para nada nos ha impedido forjar una relación de camaradería, dentro del trabajo, que se sustenta en gran medida en nuestras similitudes en cuanto a gustos musicales.
Si bien es cierto que a veces colamos una que otra conversación de matiz profundo (como la muerte, el suicidio, la depresión, los apegos y la nostalgia por el país natal), durante nuestras reparaciones ciclísticas, la verdad es que el grueso de nuestras conversas gira en torno a los grupos que se escuchan en el taller.
En el taller donde trabajo, gracias a que el jefe y el segundo al mando, son al igual que yo amantes del rock en todas sus variantes, es totalmente normal y cotidiano que se escuche por los parlantes canciones de grupos de los cuales yo soy gran fanático, a veces grupos que no escuchaba desde mi adolescencia. Y en muchísimas ocasiones grupos totalmente desconocidos para mí, los cuales han enriquecido y ampliado mi conocimiento musical.
Y es justamente aquí donde entra la historia que hoy nos reúne. Resulta que la agrupación que íbamos a ir a ver, es una la cual yo en mi vida había escuchado. Ni siquiera sabía de su existencia. Porque dentro del amplio espectro del rock, existen sub variantes, matices si se quiere, en cuanto a lo “intenso o fuerte” que puede llegar a ser el género.
En el caso del rock, existe el llamado “Thrash metal” o “Metal core”, el cual es un tanto mas fuerte de lo que yo normalmente escucho. Para que se hagan una idea, Metallica es una banda conocida por todos, la cual yo también oigo con regularidad. El genero del que estamos hablando en el concierto, podríamos decir que es un par de rayitas mas intensas que lo que es Metallica. Voces guturales, gritos y guitarras agresivas de manera frenética, el 80% del tiempo.
Ante tal situación yo me dije que siempre hay que estar abiertos a la experimentación (en lo que a música se refiere) por lo que sin pensarlo mucho me dispuse a ir al concierto.
Esa noche nos fuimos directo al salir del trabajo, a las 7pm. Paramos en un sitio a comer para no ir con el estómago vacío. Durante la cena conversamos y compartimos un poco de nuestras anécdotas personales, más allá de lo que normalmente se puede dentro del ajetreado ámbito del trabajo.
Llegado el momento nos dirigimos al sitio donde sería el concierto: Le Transbordeur. Una sala de conciertos con capacidad para cerca de 2.000 personas en una ubicación privilegiada: apenas a una hora de mi casa.
Al llegar canjeamos nuestros pases, por las correspondientes entradas, y luego de esperar unos pocos minutos, entramos. Lo primero que llamó mi atención fue ver tanta gente como digo yo “de mi misma especie”. Si bien yo soy gran amante del rock, rara vez me visto como uno. Además por razones obvias no tengo “larga melena” ni uso zarcillos, piercings ni tengo tatuajes (al menos por ahora). Pero a pesar de vernos tan diferentes, compartíamos esa pasión por el género.
Una vez adentro de la sala, al verme rodeado de ese gentío que gritaba, agitaba la cabeza al igual que yo y hacíamos la tradicional señal con la mano (los cuernos), sentí hasta ganas de llorar. Y es que, con el paso de los años, cada vez he encontrado menos y menos gente con quien compartir mi pasión por esa música. Siempre tildados de “locos” o “satánicos”, muchos rockeros vamos quedando marginados del “mainstream” entonces solo podemos escuchar la música con audífonos, o cuando estamos solos. Pues resulta impensable que nos dejen poner nuestra música en una reunión familiar o de amigos.
Allí me sentí libre como no me había sentido en años: podía escuchar MI música, a todo volumen, gritar, saltar, beber y sin molestar a nadie, pues todos a mi alrededor lo hacían.
La primera banda (lo que llamamos en Venezuela los “teloneros”) irrumpieron con una energía brutal. De hecho, la famosa “olla” o remolino que se forma al frente del escenario, donde las personas corren y giran desenfrenadamente, se encontraba peligrosamente cerca de donde yo estaba: apenas unas 6 filas de gente se interponían entre mi frágil humanidad y las decenas de jóvenes intoxicados (de música, de euforia y quizás algunas otras cosas) corriendo en círculos como si hubiera caído el primer misil de la tercera guerra mundial.
Ya para el final de la presentación de esa banda (por cierto llamada GET THE SHOT), la barrera de contención era de apenas 2 filas.
Allí vino un break, durante el cual salimos al aire libre, donde las personas aprovechaban de fumar, respirar algo de aire puro, tomar cerveza e ir al baño.
Al regresar adentro, para la presentación de la banda estelar: RISE OF THE NORTH STAR, tuve la precaución de ubicarme en el área de las gradas, en la segunda fila, lo cual me daba inmensas ventajas. Por un lado, quedaba completamente fuera del alcance del torbellino de la olla (remolino) y además permitía que mis escasos 1.68 metros de estatura lograran ver con claridad lo que sucedía en el escenario. Además de que estaba a escasos 5 metros el pasillo de salida, cosa que para uno ya adentrado en años y siempre pensado en las cosas que podrían salir mal, era una GRAN ventaja.
El concierto fue sencillamente increíble. Yo, a pesar de haber conocido la banda y escuchado sus canciones por primera vez hacía menos de 24 horas, lo pude disfrutar muchísimo. No imagino lo que deben haber sentido los verdaderos seguidores de la banda.
El sonido fue impecable, la iluminación alucinante y la atmosfera que se logró fue simplemente espectacular. Al salir, me sentía como si hubiera recibido una muy necesaria “vacuna” de rock. Como si hubiera regresado de un largo viaje por el desierto y al llegar a casa me hubieran dado acceso al manantial de agua más fría y refrescante que se puedan imaginar.
Esas notas estridentes llegando a mi sin audífonos, sin estar aislado, sin sentir que “estás incomodando a los demás” fueron como un bálsamo para mi alma. En cierto momento llegué a pensar que si en ese preciso momento, Dios se antojaba de llamarme y caía desplomado bien fuera por un infarto o cualquier cosa, me iría total y absolutamente feliz, con una gran sonrisa en el rostro y con la señal (los cuernitos) en la mano.
Al salir tuve varias reflexiones: la primera es que no iba a dejar pasar tantos años para volver a ir a un concierto que le gustara, pues la vida es AHORA.
Lo segundo que pensé es que los seres humanos tenemos la necesidad de asociarnos con nuestros pares. Con aquellos quienes comparten nuestras aficiones y pasiones. La experiencia grupal es siempre superior a la individual. Por eso vamos a gimnasios, creamos bandas musicales, grupos de teatro, vamos al cine, etc. De eso se trata la vida.
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